Cuando uno piensa en los gigantes del jazz, el nombre de Wes Montgomery aparece inevitablemente. Su inconfundible estilo, marcado por el uso del pulgar y sus magistrales improvisaciones en octavas, sentó un precedente en la historia de la música. Sin embargo, detrás de la figura imponente y el sonido electrizante que cautivó a audiencias y críticos, se escondía un artista sumamente inseguro. Esta revelación proviene de una entrevista inédita que el cofundador de la revista Rolling Stone, Ralph Gleason, le realizó alrededor de 1959, y que fue publicada póstumamente en 1973 en Guitar Player.
Gleason recordó el impacto inicial del músico de Indianapolis con una descripción poderosa:
“The first time I heard Wes Montgomery play, it was like being hit by a bolt of lightning. Once he hit the guitar strings with his thumb, you could feel it in your gut anywhere within the reach of sound.”
Para cuando la entrevista vio la luz, Wes ya llevaba cinco años fallecido, pero su legado solo crecía. Gleason, quien lo conoció en San Francisco cuando Wes tocaba con sus hermanos, Buddy y Monk, en el grupo Mastersounds, capturó la esencia de un hombre que luchaba constantemente contra sus propias dudas.
El genio autodidacta y sus grandes dudas
La historia de Wes Montgomery es la de un talento tardío y autodidacta. Empezó a tocar la guitarra eléctrica a la relativamente avanzada edad de 19 años. En lugar de recibir formación académica, se enseñó a sí mismo escuchando incansablemente los discos de su gran inspiración, Charlie Christian, una tarea que realizaba mientras compaginaba su carrera musical naciente con un trabajo como soldador para mantener a sus siete hijos. Este inicio tardío lo marcó profundamente.
A pesar de que su carrera despegó rápidamente tras la publicación de su primer álbum como líder en 1959, The Wes Montgomery Trio (también conocido como A Dynamic New Sound), él nunca sintió que estuviera a la altura de sus contemporáneos que llevaban años en el circuito. Gleason atestiguó esta profunda inseguridad:
“Wes was actually very insecure about his own playing and very worried that when it came his tum to solo night after night, he wouldn’t be able to consistently maintain the standard he wanted,”
Esta duda era tan fuerte que incluso rechazó oportunidades monumentales, como una invitación para colaborar con el mismísimo John Coltrane. Para Montgomery, su principal obstáculo no era solo el dinero, sino la incapacidad de verse a sí mismo como un líder indiscutible en su campo. Solía decir que había tocado mucho mejor 15 años antes, una autocrítica brutal para un músico en ascenso.
La técnica del pulgar y el desafío de las octavas
Si hay dos elementos que definen el sonido de Montgomery son el uso de su pulgar derecho en lugar de una púa, y su dominio de la técnica de octavas. Es irónico que ambos sellos distintivos surgieran, en parte, de lo que él consideraba limitaciones o accidentes.
La técnica del pulgar nació de la necesidad práctica. Wes practicaba a altas horas de la noche después de sus agotadoras jornadas como soldador y músico, y temía despertar a su familia. Al tocar con la parte lateral de su pulgar, lograba un sonido más suave y apagado. Aunque este método le otorgó su calidez tonal única, Montgomery lo veía como un defecto que le restaba velocidad en comparación con el uso de una púa. Me gustaba más el tono con el pulgar, pero la técnica mejor con la púa, pero no podía tener ambas
, confesó.
En cuanto a las octavas —tocar dos notas separadas por un intervalo de ocho notas simultáneamente, logrando un efecto melódico muy sofisticado—, se convirtieron en su firma. Construía sus solos pasando de notas sencillas a octavas, y luego a acordes, creando una estructura dinámica fascinante. Pero, de nuevo, el maestro era humilde hasta el punto de la autodescalificación:
“I’m so limited. Like, playing octaves was just a coincidence,”
Incluso reveló que esta técnica, tan admirada por otros músicos, le provocaba un dolor físico:
“I used to have headaches every time I played octaves, because it was extra strain, but the minute I’d quit I’d be all right. It was my way, and my way just backfired on me.”
Con el tiempo, la práctica constante alivió la tensión, pero su comentario revela el esfuerzo mental y físico que dedicó a perfeccionar lo que él veía como un campo limitado, mientras que otros lo consideraban una innovación revolucionaria.
La búsqueda frustrada del tono perfecto
Otro gran tormento para Montgomery era su equipo. Aunque tocaba guitarras archtop de Gibson, como la L-7, la L-5 CES y la ES-175, nunca se sintió satisfecho con el sonido de su amplificador. Utilizaba juegos de cuerdas muy pesados (.014–.058), buscando constantemente formas de hacer su tono más brillante y definido en el escenario.
Probó amplificadores icónicos como los Fender Super Reverbs y Twins, antes de asentarse temporalmente en un Standel Custom XV, pero el descontento era una constante. Gleason lo resumió así: Nunca consiguió el sonido que quería de ningún amplificador y gastó miles de dólares peleando con la electrónica.
Irónicamente, el sonido cálido, grueso y singular que proyectaban sus guitarras archtop a través de estos pesados calibres de cuerda se convirtió en parte de su identidad musical más allá de lo que la tecnología de la época pudiera ofrecerle.
El legado cruzado del rey del jazz
En sus últimos años, y tal vez buscando aliviar la presión de la improvisación pura del jazz o buscando un mercado más amplio para sostener a su gran familia, Wes Montgomery encontró un éxito masivo con grabaciones instrumentales que cruzaron al formato pop. Éxitos como “California Dreamin’”, “Windy” y “A Day in the Life” lo hicieron famoso entre audiencias que no escuchaban jazz tradicional, aunque los puristas criticaron su giro comercial.
A pesar de su éxito y del respeto de sus colegas, Montgomery continuó temiendo a la interpretación en solitario, e incluso al virtuosismo de los músicos de clásica:
“No, and I don’t want to, because these cats will scare you. It doesn’t make any difference that they’re playing classic, but there’s so much guitar.”
Murió de un ataque al corazón el 15 de junio de 1968, a la temprana edad de 45 años. Su vida, aunque corta, estuvo llena de logros que transformaron el paisaje del jazz. Lo notable de la entrevista de Gleason es que nos recuerda que incluso los artistas que parecen más seguros de sí mismos y más dotados técnicamente luchan en privado contra la misma duda que aqueja a cualquier músico, una duda que, en el caso de Wes Montgomery, parece haber sido el motor silencioso de su incansable y brillante evolución.
Visto en: www.guitarplayer.com

